domingo, octubre 25, 2009

Pesimo estudiante.

Hospital Escuela de Corrientes. Argentina.Decada del 70.

Eran unos fornidos hombronazos, pero parecian una mustia sombra de si mismos, inconcientes, debatiendose entre este y el otro mundo. Tres hacheros del monte chaqueño, curtidos por el sol a plomo, como un metal fundido ardiente, las lluvias, la casi permanente intemperie; las durisimas condiciones de vida que incluian una pesima alimentacion basada en fideos, frutos de la caza y la pezca, falta de agua potable y el desprecio casi total por las normas de higiene. Asi al menos, los vio el joven Albert desde la altura de sus veintipico años, estudiante de medicina en la Universidad, e hijo mayor de mi tio Robinson -ese es su nombre, no el apellido- mientras eran asistidos en el hospital escuela en la capital de la provincia vecina.

- Describa el cuadro- pidio asperamente M. jefe de catedra, y Albert empezo con un diagnostico por lo menos, dudoso.
- Eeeehhh.
- ¿Puede ser mas concluyente?- pidio. M se la habia tomado como algo personal con mi primo que para peor no era de los mejores alumnos, es mas, estaba disputandose palmo a palmo el ultimo lugar en la nomina.
- Envenenamiento.- y fue un palo de ciego; pero no del todo descabellado.
- Muestre el punto de entrada y las consecuencias de las mismas- la voz del tano M. que a pesar de su tono tajante sonaba jovial se habia transformado en un trallazo. Envenenamiento, en esta zona equivale a una picadura de vibora yarara, coral, cascabel, o alguna cojonuda araña. Pero en este caso no habia el menor indicio de picadura, ya fuera de ofidio, araña, ni mucho menos la tumefaccion que acompaña y otros sintomas inequivocos.
- Envenenamiento por comida- Albert se arrojo de cabeza al rio sin tener nada que perder. Sus estudios iban de mal en peor y todo hacia suponer que esta materia y otras, estaban ya irremisiblemente perdidas.
- ¿Co-mi-da?- ahora le toco al jefe abrir los ojos -ya saltones de por si- como dos platos Rigolleau celestes de uso diario en miles de mesas en esa epoca, y digerir el el bocado mientras el resto de los alumnos hacian comentarios como siseos de paloma. Y risitas bastante fuera de lugar.
- No hay punto de entrada- Albert se agrando y se despacho a fondo- presentan un abdomen agudo con fuertes dolores, vomitos y diarrea, tienen temperatura corporal baja, pulso y presion arterial bajos pero estables.
- ¿No se referira a una in-to-xi-ca-cion?
- Eso diria si estuvieran conscientes, si respondieran al suero, eh... la alimentacion parenteral-se corrigio- y a la medicacion administrada- que digamos al pasar, mi primo no tenia ni idea cual habia sido. Pero despues de haberse despachado con ganas aunque sin fundamentos, y seguro de haberse ganado mas enemistad de don jefe M, Albert empezo a madurar la idea de un envenenamiento tan doloroso y letal como el arsenico blanco, pero de otro origen e ingerido con la comida. Sabe Dios que bicho se habran comido, penso, mientras sus compañeros argumentaban distintas teorias, y los tres hombres de 65, 57 y 48 años yacian palidos debajo de la mascara color madera que les habia dado el sol, incolumes a toda ayuda humana. Habian llegado en camion a un centro asistencial, llevados por un dudoso patronzuelo, azotados por la diarrea y un dolor que parecia arrancarles la tripa y haberseles llevado la conciencia. Los habian trasladado el hospital escuela de Corrientes con la vida pendiendo de un hilo, y en dos dias si bien los habian estabilizado, no mejoraban, y los analisis de laboratorio mostraban resultados sorprendentes donde se mezclaban el cuadro actual, empeorado con dolencias de años de falta de atencion medica, que complicaban el diagnostico.

Recien al tercer dia, el mas joven abrio los ojos y pudo balbucear algunas palabras; don jefe M corrio a ver que podia deducir y como premio o castigo, llevo a Albert consigo. El hombre, demacrado y exanime, juro por la Santa Cruz, por la Virgen, por Buda y por Mahoma, y por todos los dioses romanos no haber ingerido ninguna vibora como alimento -y no habia indicios de veneno en sangre tampoco- por hambreado que estuviera, y que no habian hecho nada distinto a la vida de todos los dias. Y recalco hasta donde le dieron las fuerzas, que el agua que recolectaban directamente del rio, la hervian largo y tendido antes de beberla, tomar mate o hacerse un te de ñangapiri. Albert sintio que las rodillas le temblaban ante la fria mirada de hielo que le auguraba un negro porvenir y se arriesgo:

- Habria que ver el lugar donde viven.... Lo que para ellos es normal.... que comieron....
- Ud. va a ir al monte a ver el lugar donde viven?- la voz de M era un desafio y no quedaba otro remedio que recoger el guante.
- Si me autoriza, yo voy.

"Autorizado" rumeaba, mientras camino a su casa pensaba que le diria a su padre para que le prestara el Renault 6 para salir al monte. Como siempre, tio Robinson habia llegado puntualmente de su trabajo, tomado su te en su taza favorita y estaba cuidando las niñas de sus ojos: las rosas del patio trasero. Un caballero ingles en el destierro. Albert -llamado asi en honor el principe Albert, esposo de la Reina Victoria- titubeo antes de efectuar el pedido, le conto el caso de los hacheros sin que su padre despegara la vista de una esplendida rosa amarilla y justo cuando estaba por descargar bombas, entro silbando al jardin la ceca de la moneda de la figura paterna. Tio Nelson. Hoy dia, nadie sabe a ciencia cierta de que vivia Nelson: algunos apuestan su vida que se ganaba los morlacos en mesas de juego clandestino, otros se juegan por el contrabando y estan hasta quienes sostienen que con su apostura -de la que carecian por completo Robinson y Albert- era el mantenido de una o mas damas cogotudas. Con una estampa que derretia corazones femeninos, era soltero aunque se decia que de enamoramiento facil, su casa si asi podia llamarsele, era un refugio de animales de toda laya que libremente recorrian todos los rincones, carecia de horarios al punto de ignorar que hacian esas agujas presas dentro del cuadrante de un reloj, comia cualquier cosa y en cualquier boliche ya fuera de ciudad o campaña, no le hacia ascos a cualquier bebida, ya fuera el mas fino scotch o el te en taza de porcelana como el mate cocido en taza de lata: era la persona indicada para ayudar al pobre Albert en su brete.

- ¡Tio, necesito que me lleves al campo!- le espeto sin saludar.
- That's right. When?
- Ahora.... - suplico.

El auto de Nelson era un Amy 8, descascarado en pintura, con marchas defectuosas y un motor que recalentaba a 40 km/hora y el rugido no por potencia sino por fallas mecanicas se oia a una legua, vehiculo ideal para una travesia digna de una 4 x 4; no obstante lograron llegar al lugar del hecho al atardecer. Bajo la luz de Febo en retirada se le antojo deprimente, Albert se dio de nariz contra las enfermedades de la pobreza, o mas bien de la miseria. Recorrio el misero campamento, las sucias ropas impregnadas de olor a sudor, las herramientas, los jergones donde anidaba toda una fauna aparentemente inofensiva pero que fue a parar a una bolsa de nylon, los abichados paquetes de fideos, los 'vicios' de yerba y azucar para ocasiones festivas, las hojas amargas del ñangapiri, nada sabroso -amargo como la hiel- pero de efecto energizante similar a un cafe. Todo era esfuerzo, dolor y miseria. Nelson, aburrido de las largas cavilaciones de su sobrino mientras el sol se hundia en el horizonte de arboles, bromeo:

- Would you wish a mate?- y señalo la gigantesca pava, ennegrecida sobre el fogon.

Mate.... las fichas caian lentamente en el cerebro del futuro galeno. Mate, agua. El hombre juro y perjuro que hervian largamente el agua que recogian en el rio. ¿Con que la recogian? Por mas que busco, no hallo mas que unas viejas ollas y la gigantesca pava. Albert se dirigio a la pava, la levanto. Pesaba mucho aun, tenia liquido. Vertio un poco en un frasco y lo cerro, la apoyo en el fogon y le quito la tapa. Un olor extraño y horrible le dio un sopapo. Movio la pava y algo se agito dentro pero con la poca luz no descifro que era. Metio un palo, mucho mejor que meter la mano y si efectivamente constato que habia algo, hasta que con menos solemnidad Nelson tomo cartas en asunto y se hizo cargo. Fue Nelson tambien el que entro al hospital, contento como en dia de Pascuas, agitando una vulgar bolsa de nylon -tampoco era un C.S.I.- en donde llevaba la prueba concluyente y se la restrego en las narices al tano M, con gesto altivo de raza que 'no en vano domino las 3 /4 partes del orbe', mientras a este se le pintaban nuevamente en la cara dos platos Rigolleau celestes al ver el contenido.

Los hacheros habian rastrillado el rio con la pava, cargando agua, la habian llevado al fuego y la habian dejado hervir largamente. Luego se habian preparado el te de ñangapiri despues de un magro yantar. Lo que no sabian es que al momento de ponerla al fuego, dentro estaba vivo y coleando un fornido sapo. Muerto por hervor, hervido y concentrado, reconcentrado sus letales toxinas los habian llevado al borde de la muerte. Un casi fatal te de sapo.

Cuando tio Nelson visitaba a Albert durante los largos dias de la residencia, un heroe para sus compañeros y los salvados hacheros, buscado por los aborigenes que se sabian no serian rechazados, y el siempre buscado por los trabajadores rurales y hacheros, en esos dias eternos qu la vida parecia solo un gran hospital, Nelson era siempre bienvenido por todos; eso si: aunque viera en la otra punta de un largo pasillo a don jefe M, aunque despertara a los pacientes de terapia intensiva, aunque volviera a la vida a los ocupantes de la morgue, no podia evitar adoptar ese gesto de socarrona superioridad y con algo que carecia de toda flema y dignidad, digno mas bien de un desaforado hincha en la cancha de Defensores del Chaco, gritar como un condenado:

-Hey doctor, would you wish a frog tea???

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