sábado, julio 10, 2010

Mujeres del Bicentenario: Gertrudis Medeiros, Yo soy espia.

Con motivo de la conmemoracion de los 200 años de los primeros intentos de emancipacion de los pueblos americanos que han dado lugar a multiples eventos, este grupo de amigas y escritoras chilenas y argentinas, ha decidido homenajear a las que no se escucha que se nombren en los discursos oficiales. Aquellas mujeres que ni un paso atras, ni uno adelante, sino que juntos, codo a codo con sus maridos, sus amantes, sus hermanos, sus hijos o por conviccion, ayudaron a qu años despues se consiguiera la ansiada independencia. O como dicen los que saben: "Sin las mujeres, America nunca hubiera alcanzado su independencia." (Pagina oficial del Ejercito de Colombia)



El Ejercito Auxiliar del Norte ha sido derrotado en la batalla de Huaqui, replegándose hasta Tucumán. En ese momento la frontera norte queda en la práctica sin defensa alguna.
San Salvador de Jujuy, 1814.


Las manos juntas sobre el pecho simulan estar orando, como quien esta rogando por su alma. La condenada, si, esa condenada mujer le enciende una chispa de deseo. El cabello oscuro se le ha soltado durante la larga y forzada marcha luce ondeado, boscoso, una selva donde sus dedos ansían perderse explorar, encontrar para volver a empezar; el perfil de virgen de medalla a pesar del maltrato, que disimula la lóbrega luz de una candela y aun así, en la desgarrada sencillez del vestido estilo imperio de luto insinúan un cuerpo joven que explota en sus veintipico de años, jugoso, una fruta madura exótica quizás por su piel que se tiñe de rosa tras el agotador viaje al rayo del sol. Condenada mujer que le enciende el deseo, una rea cualquiera condenada a muerte, que iniciara por la mañana el largo viaje a los profundos socavones del Potosí, ese cerro maldito donde la codicia mostró la peor cara que puede mostrar como símbolo de opresión, espanto y muerte, donde deberá morir trabajando, con los pulmones destrozados por el polvo de roca, extrayendo plata para aquella lejana corona.
Ahora esta rezando, piensa el soldado español, orgulloso vencedor de una veintena de gauchos y una mujer, orgulloso solo porque detrás de el tiene todo un ejercito. Quizás por eso se acerca soberbio con el cuenco que mas que un potaje o sopa contiene un aguachirle, con esa expresión de las gentes de baja estofa que no son nada pero se sienten mucho si están tras un uniforme, armados hasta los dientes y sobre todo si tienen por delante a quien no puede defenderse.
O eso cree.

Las dos manos juntas de la mujer que le encendió un sutil deseo y simulaba rezar, al verlo se retraen a un lado del cuerpo y ese gesto de llevarlas al lado contrario al que se acerca, lo enciende aun mas: nada mejor además qu parezca temerle; sin embargo desde allí descargan un golpe bestial en el pecho, como si lo hubiera golpeado una maza y como si fuera poco, al amplio movimiento de vaivén de ida que lo arroja contra una pared del calabozo, el movimiento de vuelta estrella esas dos manos férreamente unidas en la cabeza que va a estamparse contra la pared mugrosa sumiéndolo en la inconciencia mientras el cuenco caído sigue girando como una peonza sobre el piso de tierra.
Con el vestido sucio, rígido de mugre, sudor, tierra y sangre; la mujer se confunde con las sombras nocturnas. Esquiva dos soldados confundiéndose con la sombra aprovechando la escasa luz de las teas; tiene que esperar que pasen otros dos soldados realistas, precaución vana pues van tan ebrios que no la hubieran notado así pasara ante sus narices. De a trechos, ya sea agazapada, corriendo, reptando, de a poco, la mujer va ganando su libertad, aquella libertad que se le hace tan pero tan lejana.

Quizás la perdió estando aun tibio el cadáver de su marido, ella y sus hijas estaban aun al borde de la tumba, con flores en las manos, cuando el frío desden de Pío Tristán, que se las da de gran señor y caballero además de General de los ejércitos españoles, ordeno que demolieran parte de su casa que no usarian como cuartel general, por el crimen de darle la espalda a esa Corona tan lejana que nada sabe de ella o de su vida, por sus donaciones del producto de la finca al ejercito del Norte, o por todo aquello que de buena gana dieron con tal de no ver mas en su vida el gesto de soberbia de los peninsulares frente a los nacidos en este suelo, y por no rendirse sin antes resistirse junto con los suyos aunque fuera de palabra, aunque luego diran que tambien echaron mano de alguna arma. No se gasta en suplicar ante ese gesto torcido de desprecio del español, si bien no puede impedir que sus hijas lloren, y ante la primera frase que vomita bilis del godo informándole que debe considerarse una prisionera sin bienes algunos, con su acento americano del que se enorgullece le responde señalando la tumba junto al modesto oratorio de la finca:

- Bueno, al final no se necesita mucha tierra, ¿vio?

No le duraría mucho el triunfo y el gesto al español, porque aun desde su condición de prisionera, había logrado pasar a través de una mulata, un detalle exacto de cuantos hombres comandaba, la ruta que seguirían, las armas que contaban, la artillería, el parque, las paradas para descansar y todo detalle que pudiera recordar. Era una prisionera modelo y hasta los guardias se condolían de una joven viuda que purgaba quizás las faltas de su hombre, y le permitían ciertas libertades, algún privilegio como una pitanza mejor, o un trato un ápice más humano, pero tal fue el maltrato que la convencio aun mas de la necesaria libertad de los nacidos en estas tierras. Si los ejercitos de Buenos Aires en principio gozaban de mala fama, que actuaban mas como tropas de ocupacion que del mismo pais, el trato de los españoles hizo que le abrieran los brazos de par en par, y mas ahora que se le han bajado los humos despues de derrota tras derrota y como perla final, son los propios hijos de la tierra que los acompañan ahora en la campaña, lentamente se van amalgamando formando un ejercito de todos, al que gustosa pasaba informacion.

Aunque triste, era amable y de grato trato, buena conversación y al final terminaban ellos encadenados a su encanto y contando que habían hecho desde que nacieron hasta el presente y lo que planeaban. Lo único que contaba era lo que planeaban, datos que pasarían a la única línea de defensa que quedaba. No duro mucho el cautiverio, porque los españoles fueron derrotados ya en el Tucumán, como ahora en Salta, por los restos de aquel ejercito ‘del Norte’ quizas desarrapados, mal vestidos, peor armados y para terminarla de amolar, comandados por un General tan enfermo que antes de la batalla vomita sangre y aun asi, esas tropas tienen orden y la moral en alto mientras el General no muestra su enfermedad. Lado a lado y codo a codo con aquella tropa armada mas que con fusiles con locos sueños de libertad, se baten también un grupo de mujeres reclutado por Juana Moro y Martina Silva que los godos tachan de ‘fieras', han usado bien la información recibida de la cautiva, le toca ahora a Pío Tristán morder el polvo de la derrota.
Quien hubiera dicho que nuevamente volverían, en pocos años otra vez los tendría por los restos de su hacienda de Campo Santo como la llaman, que se la dejaron echa un erial, aunque esta vez no esta sola, al menos ha recibido aviso con algo de tiempo y cuenta con una veintena de gauchos que están dispuestos a vender caro su pellejo, como la dueña. Por una eternidad, atrincherados resisten: corta con los dientes los cartuchos de cartón de pólvora, que le van tiñendo la cara de negro, los introduce en los tres fusiles que dispone y baquetea con furia antes de pasárselos a quien tiene turno de disparar a condición que sea blanco certero: un disparo y derechito al mas allá, mientras ya esta cortando otro cartucho de cartón…. Se le antoja eternamente lento el mecanismo de esos fusiles de avancarga que pesan tanto como un niño de seis o siete años y cuyo retroceso puede tirarla de espaldas, pero aun así se da el gusto de hacer algunos disparos por mano propia, disparar un antiguo pistolon de duelo más ceremonial que letal, antes de verse totalmente cercados. No hay piedad con los hombres, pese a que las armas principales que usaron fueron las lanzas, las boleadoras, alguna piedra certera en una cabeza de un hondazo y tres armas de fuego, pero por su condición de mujer tienen la caballerosidad de encadenarla todo un dia a un árbol e informarle que será trasladada a Jujuy. Un viaje demoledor a caballo entre los cerros y quebradas en condiciones normales pero que la obligan a realizarlo encadenada como un animal rabioso. Durante las etenas 18 leguas del viaje, parece un gesto de dolor que vaya rasgando la tela de los puños del vestido, a veces tirando un hilo en la falda, hurgando algo en sus bolsillos, cambiando de uno al otro semillas. Gestos del desespero.

Ninguna escuela militar hasta la fecha registra que de esta forma un condenado aun cargado de cadenas a 1260 metros sobre el nivel del mar no solo no este clamando por un descanso, por aire, sino que por contrario esté llevando cuenta del ejercito invasor. Tampoco que desde la cárcel, pueda pasarle a una esclava que hace la ronda todos los días de retirar ‘las aguas’ o el balde que oficia de letrina en las celdas, el numero de soldados que contaron las semillas, la cantidad y calibre de artillería que contaron las rasgaduras, o los datos de suministros que están escritos en su mugrosa falda de hilos cortados, ademas de todo lo que escucha en la cárcel, datos que la dueña de la esclava escribirá en un papel cifrándolo y hasta quizás le añada un mapa. Datos que alguna moza llevara escondido en el ruedo de la falda o en la suela de la bota si viaja disfrazada de hombre, la depositara en ‘el árbol estafeta’, un tronco agujereado en un árbol junto al río Arias en Salta, donde se dejan los mensajes, y que otra esclava que después de lavar la ropa, tendera al descuido algún trapo en el árbol, y que luego con disimulo recogerá junto con el trapo y la entregara a su superior, alguna señora que desencriptara el mensaje de la red de ‘bomberas’ y que vía su hermana Magdalena ira a dar directamente a oídos del General Guemes que le estampara una nueva derrota a las –en vano- orgullosas tropas que se dicen ser las primeras en derrotar a Napoleón olvidándose que en esto son los segundos y gracias.

No tan buenos, si una mujer desarmada puede con ellos, piensa mientras se arrastra, repta y da con un par de ojos azules que brillan en un rostro sucio de tierra, inquisidores, en cuyos labios se lee más que escuchar ¿Gertrudis? ¿Gertrudis Medeiros?

- Voto a Dios, ¡casi me matas de un susto!

- ¿Por mi?- la voz delata a la joven vestida de hombre- vamos, por aquí, antes que se les acabe la juerga.

María Loreto Sanchez de Peón conoce como nadie los distintos caminos para ir y venir los 103 Km. que separan Jujuy de Salta y ya ha hecho varias veces el viaje, algunas veces como lo que es, una fina dama, otras veces disfrazada de humilde panadera, vestida de gaucho, de embarazada, de viuda…. Parece increíble que una joven alta y espigada pueda transformarse en tantos personajes y ser creíble, pero viéndola manejar el caballo mejor que muchos hombres (es la unica que se anima a subir de noche al cerro a informar algun parte urgente y hablar cara a cara con el General Guemes en persona) y con lo que parece un sistema de guía propia mientras se internan por los pedregales, trepan por empinadas laderas o esquivan peligrosas quebradas que pueden ser una trampa mortal en lo mas oscuro de la noche , es fácil confundirla con el mas recio de los gauchos.

- ¿Dijiste Juerga?- pregunta al rato, y con una sonrisa cómplice la amiga desgrana sin volverse mientras por momentos hasta toma las riendas del caballo que monta la fugitiva y lo guía en los lugares mas peligrosos como si hubiera nacido para hacer proezas a caballo.

- Íbamos a rescatarte. Algunas chinas, pardas, mulatas y hasta algunas blancas están muy tristes con la partida de tus custodios y están despidiéndolos entre lagrimas, licores y dándoles esperanzas si vuelven pronto – y ambas no pueden reprimir una sonrisa ante la ironía que destila su voz- Hasta donde manda la decencia.- aclara.

- Hay que tenerle bronca al cuerpo para más, María.- susurra para no espantar los caballos con los que deben llegar a Salta. No hay animales de recambio y si el terreno lo permite van al galope tendido y deben dejarlos descansar en los lugares más incómodos yendo al paso.

- Ya prontito vas a llegar. Vas a ver los tuyos… - susurra la guía.

- ¿Y que mas? ¿Van a devolverme la finca? ¿Reconstruir lo que otra vez destrozaron? ¿Seguir espiando?- una vez salvado el pellejo, las dudas del futuro empezaban a atormentarla. María bostezo, se seco las lagrimas que le provoco con la manga y lo resumió brevemente:

- Echar a los godos ante todo. Tener lo que es nuestro, ser todas iguales, tener los mismos derechos ya seamos pardas, blancas, solteras, casadas o viudas, casarnos con quien una quiera, hacer lo que nos venga en gana- enumera. Podría seguir soñando a la luz de las estrellas que parecen beberse sus palabras, mientras afloja el paso a los caballos dado que el rasgado vestido de Gertrudis aun es un impedimento para montar, pero lo resume en una sola frase: -Vivir nomás.



Gertrudis Medeiros (no hay ningun retrato de ella ni de joven ni de moza) llego sana y salva a Salta (escudo y bandera de la Provincia en la imagen, junto con la bandera nacional); en una de las nueve invasiones de la ciudad, debió refugiarse en Tucumán por su condición de condenada. Desde 1812 en que el Ejercito Auxiliar del Norte fue destrozado, la fluctuante línea de frontera quedara en manos de un General desconocido para casi todos, tartamudo y tímido para ciertos lances, que comanda a unos gauchos armados con chuzas y lanzas que no componen una tropa organizada y a la que los peninsulares miran con saludable desprecio. Sin embargo durante las invasiones inglesas a Buenos Aires, el joven oficial Martín de Guemes, al ver a la embarcación británica Juliet varada, en la bajante del Rio de la Plata, no dudo en atacarla al frente de su tropa a caballo, a boleadoras, tiros y sablazo limpio, al punto que la oficialidad del buque se olvido que contaba con 26 cañones y sin dudarlo, se rindió.

Custodiando la frontera norte, fue vital la ayuda de la red de bomberas o espías, que comanda su hermana Magdalena, de la cual son parte Gertrudis y María, impidiendo la invasión de nuestro país nueve veces.

Gertrudis Medeiros jamás recupero sus bienes y murió pobre, además de olvidada. María, a la que vemos en un daguerrotipo circa 1840/1850 junto a su arbol estafeta, tuvo la gracia de recibir una pensión y murió tan pobre como su amiga, a la edad de 105 años, aunque hasta el final de sus días peinaba su cabello ralo y blanco con una cinta patria tan celeste como sus ojos.

Ahora, las invito a descubrir al resto de estas mujeres en los blogs de:
ABRIL, (una ariana de valor), ALI, (Violeta Parra), ANA1, (La capitana Maria del Valle) ANA 2, (Maria Loreto, la biografia de la amiga de Gertrudis, version de historiadora), DULCE,(Generala Juana Azurduy de Padilla), EVAN,(Capitana Maria de los Milagros del Valle) PAMELA, (Javiera Carrera) STEKI (Isabel de Guevara), ANA3, (Las soldaderas anonimas)